..."y desde aquella hora el discípulo la acogió en su casa"



"El Señor nos da el regalo más afectuoso e invalorable de su Santísima Madre como madre también nuestra".



Estas hermosas palabras se encuentran en el versículo 27 del capítulo 19 del Evangelio de San Juan. El Señor, a punto de morir en la cruz por el género humano, deja a su Madre al cuidado de su discípulo. La Iglesia también ha visto en este gesto cómo da a su Madre a todos los cristianos. En la expresión: "ahí tienes a tu hijo" , seguida del: "ahí tienes a tu madre", nos da el regalo más afectuoso e invalorable de su Santísima Madre como madre también nuestra.

El narrador continúa diciendo: "y el discípulo la acogió en su casa". ¿Qué es, pues, este "acoger en su casa" para nosotros, mas que acoger a Santa María en nuestro corazón? Porque, ¿cuál es "la casa" del hombre, nuestro habitáculo más íntimo, preciado y donde ponemos solo a la gente que más amamos? En efecto: este lugar en donde debemos "acoger" a la Madre del Señor no es más que nuestro propio corazón.





"Su encargo es que acojamos a su Madre como madre nuestra".



Debemos, pues, reservarle el lugar más "acogedor" de nuestro corazón a la Virgen María, así lo ha querido su Hijo. Acogiéndola de esta forma estaremos no solo respondiendo a la petición del Señor ("su última voluntad", casi podríamos decir), sino, el mismo Cristo añade que, acogiéndola a ella, ella nos acogerá a nosotros como si fuésemos sus hijos. ¡Qué enorme privilegio! ¡Ser, ni más ni menos, que hijos de la Madre de nuestro salvador! ¡Hijos de "la llena de gracia", que nos convierte asimismo en "hermanos del Señor"!

¿Y quiénes son "los hermanos del Señor"? Pues los que hacen la voluntad de Dios "son mis hermanos", como indica el mismo Señor Jesús en Mateo 12:50. Y, ¿qué es hacer la voluntad del Señor? Hacer lo que Él nos manda. Y su mandado es que "acojamos a su Madre" como madre nuestra, como llevamos a nuestra madre carnal en nuestro corazón, a ella, a nuestra Madre celestial, con más razón aún deberemos darle un lugar limpio, de privilegio y de amor, en nuestro propio corazón.

Gracias, Señor Jesús, por el regalo de tu Madre, y por el regalo de que, acogiéndola a Ella, cumplimos tu voluntad, y ella nos acoge, convirtiéndonos en discípulos tuyos, hermanos tuyos y herederos de la salvación. Con Santa María somos hijos de Dios, porque somos hermanos de Cristo.

Señor, ayúdanos a acoger siempre con todo nuestro fervor y de una forma hogareña y cariñosa a tu Santa Madre, y en su amor experimentaremos tu mismo amor profundo y auténtico, ese amor que te llevó a amarnos "hasta el extremo". Hasta la muerte, y una muerte de cruz. En esa misma cruz en la que nos diste la vida, y a tu misma Madre.