El amanecer


Desperté de madrugada, cuando aún la oscuridad exterior era absoluta. Traté de distinguir entre las tinieblas del firmamento la presencia de nubes, pero solo pude distinguir algunas sombras borrosas. Me arrodillé para rezar mis oraciones y, con la mirada hacia el suelo y humildad sincera, musité una de las oraciones que acostumbraba a rezar diariamente antes de enfrentarme a los avatares del día:

"Dadme, Señor, las gracias necesarias para afrontar este día, sostenme con ellas para que cumpla fielmente Tu santa voluntad y ni te ofenda ni te defraude. Guíame, por ello, para que pueda enfrentarme a los avatares de este día".




Añadí mis habituales plegarias por las ánimas del purgatorio, y me vestí. En mi mente recordaba las palabras del abad Pardo de la Cruz: "modestamente". ¿Cómo es "modestamente" cuando uno va a incorporarse a la santa Orden del Carmelo? Debería saberlo, supuestamente para eso había sido mi periodo de noviciado.

Unos rayos de sol tras los escarpados picos que se veían desde la ventana me sacaron de mi aturdimiento. Metí mis pocas pertenencias en la mochila, pocas eran mis posesiones, y aún menos iba a necesitar.