CRISTO LES RESPONDE QUE VEAN SUS OBRAS: "LOS CIEGOS VEN, LOS COJOS ANDAN, LOS LEPROSOS SON LIMPIADOS, LOS SORDOS OYEN, LOS MUERTOS SON RESUCITADOS, Y A LOS POBRES ES ANUNCIADO EL EVANGELIO. |
Este acontecimiento de la niñez de Cristo se describe en los evangelios, podemos leerlo en Lucas 2,41, y también es uno de los misterios gozosos que contemplamos en el Santo Rosario.
Los evangelistas no hacen mención alguna a la infancia de Jesús, y todos ellos se centran, en casi su totalidad, en lo que se ha dado en llamar "su vida pública", es decir, los años en los cuales estuvo anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios, llamando a la conversión. Esta vida pública de Jesús se lleva todo el protagonismo en los Evangelios, ¿por qué, entonces, San Lucas nos hace detenernos en el pasaje del templo?
ESTA CONSCIENCIA DE SU DESTINO Y DE SU TAREA, ES ESENCIAL PARA QUE VEAMOS CLARAMENTE QUE CRISTO NO SURGIÓ "DE LA NOCHE A LA MAÑANA". |
Aparte de la obviedad de la sabiduría y conocimiento de Cristo en todo lo que gira a la antigua ley, la Antigua Alianza y el Dios de Abraham, Isaac y Jacob, nos descubre también algo muy importante: vemos, por este acontecimiento, que Cristo conocía su destino. Esto no es algo tan llamativo, realmente, ya que Cristo muchas veces habló de que moriría crucificado, en sus conversaciones con sus discípulos. Pero lo trascendente del pasaje de su niñez tiene que ver con que nos deja muy claro que la misión de Cristo no era algo que le surgiera "de repente", a la edad adulta o por una locura "pasajera". En otras palabras, Cristo no era un "iluminado" (en el sentido más peyorativo de la palabra), sino que su concepción milagrosa fue debido a la intervención divina, y ya desde bien pequeño sabía cual iba a ser su destino.
Podríamos decir que Cristo tuvo, en cuanto a su humanidad, bien claro desde siempre de dónde procedía y, obviamente, que era Dios, de lo contrario no podría hacer los milagros que hacía (fijémonos en la respuesta de Jesús ante el interrogante de los discípulos de Juan, al decirle:"¿eres tú el que había de venir?", y Cristo les responde que vean sus obras: "los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados, y a los pobres es anunciado el evangelio; y bienaventurado es aquel que no halle tropiezo en mí", (Lucas 7, 18). Este "tropiezo en mí" (que algunos traducen como "quien no se escandalice de mí"), tiene que ver porque Juan, probablemente, esperaba que el Reino de Dios surgiera de una manera fulgurante, patente y radical desde el punto de vista humano, y al ver a Jesús humilde y servicial, quiere comprobar si Él es el Mesías esperado. En aquellos instantes Cristo muestra su acción y la mano de Dios a través de las obras, es decir: de los milagros. Y advierte que esa forma de obrar, con humildad y sin querer destacar, no debe escandalizar a nadie, porque ha venido a eso: a acabar en una cruz, a terminar crucificado por la salvación del género humano.
Esta "predestinación" del Señor desde su corta edad, y esta consciencia de su destino y de su tarea, es esencial para que veamos claramente que Cristo no surgió "de la noche a la mañana", sino que toda su vida tuvo un fin exacto que culminó en su sacrificio en la cruz.
Alguien, si no fuera así, podría argumentar que Cristo no fue más que uno de tantos "charlatanes" que ha visto la historia, que de pronto se creen especiales y se piensan, autosugestionándose, que están destinados a un fin glorioso. Ni mucho menos. Lo hemos visto en el anterior pasaje de Lucas, donde muestra la auténtica naturaleza de su primera venida, y en el pasaje del templo, donde muestra su procedencia divina. Y no solo porque el final de la vida terrena de Cristo fue una sucesión de atroces sufrimientos -lo que ya de por sí eliminaría cualquier atisbo de vanidad o soberbia en su persona-, sino que el hecho que desde la infancia conociera y fuera capaz de mostrar claramente su misión como auténtico Hijo de Dios, elimina de lleno cualquier otra interpretación de que Cristo fuera un Mesías "casual", y no el auténtico, como en efecto es.
El pasaje de Lucas con el Cristo de niño en el templo, lleno de claridad en cuanto a la divinidad de Cristo, nos presenta a un niño cuyo pensamiento principal era ya satisfacer a su Padre, "ocuparse de sus cosas", aunque a renglón seguido Lucas añade que "se les sometió" a sus padres en la tierra, mostrando de nuevo la humildad y docilidad de Dios encarnado por y para la salvación de la humanidad entera.