Dudas


El hermano Andrés no era, para nada, un mal monje. Podría decirse que era uno de esos religiosos que, como Santo Tomás, necesitaba "ver y tocar", de manera que solía tener constantes conflictos internos sobre la exigencia absoluta que suponía implicarse en cuerpo y alma a su fe (¿es que puede vivirse de otra manera el sentirse cristiano?), y la debilidad de una fe que era puesta en entredicho constantemente, unas veces por sus propias experiencias pero, otras, por lo que veía externamente, aunque nuestro contacto con la sociedad, como ya he mencionado muchas veces, era más bien escaso y limitado.

Esto le había llevado a fray Andrés a que tuviera constantes idas y venidas en la abadía. Él lo explicaba por su necesidad "de discernimiento" (como si el noviciado fuera poco), y se deshacía, al menos temporalmente, de sus hábitos para volver a vivir como un laico, aunque no renunciando a sus votos.




Esas etapas no solían durar demasiado, y a las pocas semanas estaba otra vez de vuelta en la abadía, hastiado y asqueado del mundo. Durante unos meses retomaba sus tareas con enorme y edificante dedicación, hasta que nuevamente le volvían a surgir sus dudas.

Tenía, podríamos decir que "la excusa", de una madre enferma a la cual las labores de caridad recomendaban que él fuese a cuidarla, al no tener más medios ni familiares dispuestos a hacerlo.

Cuando empezaba a tener esos problemas enseguida se le notaba, pues se pasaba todas las horas posibles en la capilla, orando y tratando de calmar su desazón. Así le encontré, y aunque en la capilla no solíamos hablar, me acerqué y le dije:

"La mayor locura del hombre es creer que esta vida es todo su fin, y no un tránsito necesario para pasar al auténtico destino".

- ¿Y eso cómo lo sabes? - Me soltó.

Pasó por mi mente hablarle de Santa Teresa, y de otros tantos santos que habían aclarado muy bien esa cuestión, pero ante quien se niega a cualquier atisbo de fe todo razonamiento es inútil. Tan solo le pregunté a mi vez:

- ¿Por qué sabes tú lo contrario?

- Porque es lo que vivo. Esta vida es la real, la otra vida, ¿dónde está?

- Imagínate que te dicen que vas a ir de viaje a Sudáfrica, ¿has visto Sudáfrica alguna vez?

- No.

- ¿Cómo sabes, pues, que existe realmente Sudáfrica?

- Lo dicen los mapas, la gente... Otros que han estado allí.

- Pero tú personalmente nunca has estado.

- No.

- Pero te fías de lo que te dicen otros que ni siquiera conoces, y que ni siquiera has hablado con ellos de primera mano. Puede que te mientan, puede que el billete que pone Sudáfrica, en realidad vaya a Kenia y te digan estar en Sudáfrica. Puede que ni siquiera los mapas indiquen dónde está situada realmente.

- Pero son muchas personas sabias las que están detrás. Tantos testimonios, y de gente muy inteligente, no pueden mentir.

- Y entonces ¿no te fías delos santos? ¿Quienes hay sobre este suelo más fiables que ellos, que no solo huyen de la mentira más pequeña e insignificante, sino que han estado dispuestos a dar su vida por defender sus creencias? ¿Y la Biblia? ¿Y sus escritos? Son otros tantos mapas y guías que te indican cómo llegar, qué hacer para no extraviarte ni perderte. Y tienes a primeros testigos, tus hermanos y de comunidad, tus confesores. ¿No podría decirse, pues, que deberías estar más seguro de la existencia del Cielo, que de la existencia de Sudáfrica?

"Si pierdes el camino, es que realmente no lo estabas siguiendo bien, con la necesaria decisión, con la imprescindible voluntad de llegar al final. Tu brújula y tus instrumentos de navegación están por todas partes, esperando que recurras a ellos, los uses, y te ayuden a afianzarte en la verdad. Si los ignoras o los usas con desdén, ¿qué se puede esperar como resultado? Es como aquel navegante que posee el mejor barco, las mejores cartas náuticas y los mejores instrumentos, pero no quiere fiarse de ellos, ni usarlos, o los usa mal o desconfía de lo que en ellos aparezca, y espera que llevado simplemente de su intuición acabe en el puerto de destino. ¿Qué puede esperarse de alguien así? La mayoría, y con razón, diríamos que es un loco. Es lógico que pierda la confianza y la desgana se apodere de él, porque no logrará nada a ciegas y ni aún por casualidad llegará a su destino".

Y me levanté, diciéndole mientras me iba:

- Sigue orando.