La visita


Encontrarme con mi hermana es, sin lugar a dudas, uno de los momentos más gratificantes de mi vida. Ella es una bendición del Cielo porque ella siempre me motiva y alienta en mi camino hacia la perfección cristiana. Cuando ella está a mi lado siento que puedo hacer lo imposible, y enfrentarme a todo.

Dios pone a nuestro lado ángeles que no vemos, y también ángeles que vemos en forma de personas que nos estiman y cuidan, o que nos ayudan a renovar nuestras fuerzas. Uno de esos ángeles es mi hermana.




Ella siempre ha estado muy unida a mí, y yo a ella, desde pequeños cuando acudíamos juntos al colegio, puesto que apenas tenemos un año de diferencia en edad.

Ella fue -y es- testigo de toda mi evolución religiosa, mi camino de descubrimiento del Señor, y conoce todos mis sentimientos y mis debilidades y dudas. Sus consejos y apoyo fueron vitales en las etapas más oscuras y duras de mi vida, y no ceso de agradecerle al Señor el habérmela dado como mi compañera y confidente. No podría haber elegido a nadie mejor.

Ciertamente no tiene nada que ver el amor que siento hacia ella con el amor hacia el Señor, puesto que precisamente mi amor hacia ella es consecuencia de amar a Dios, y de él emana la ternura que siento hacia ella. Por lo tanto es un amor más perfecto, más sincero, más leal y auténtico, que cualquier amor humano de cualquier relación, y trasciende más allá del simple parentesco.

Como el Señor nos dejó escrito, para amarlo, debemos también de amar al prójimo, y es a través de ese amor que se muestra y se pone en práctica el amor que le tenemos a Él.

Obviamente el cristiano a de amar a todo el mundo, sin exclusiones ni condiciones, un amor incondicional, pero siempre hay personas a las que Dios te permite unirte con algo más especial, sentimientos y "química" que nos enriquecen espiritualmente.

En ese sentido mi hermana era eso, y mucho más. No podría entender mi vida sin ella, y de hecho dudo que tuviera vida alguna sin ella. Tan importante es para mí, que su valor y estima los podría reducir en una sola frase: un regalo del Dios del Cielo. De nuestro buen Padre; el suyo, y el mío.